2. Cómo vencer las acusaciones de Satanás
En Apocalipsis 12:11 dice: “Y ellos [los creyentes] le han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y despreciaron la vida de su alma hasta la muerte”. Vencieron a Satanás, quien acusaba a los hermanos. ¿Cómo podemos vencer nosotros?
Primero, vencemos por la sangre del Cordero. Por un lado, cuando pecamos delante del Señor, debemos confesar nuestras transgresiones; por otra, podemos decirle a Satanás: “¡No necesitas acusarme! ¡Hoy me acerco al Señor por Su sangre!” Para vencer a Satanás, debemos proclamar ante él que fuimos perdonados por la sangre del Cordero. Todos nuestros pecados, grandes y pequeños, fueron perdonados por la sangre del Cordero. La Palabra de Dios dice: “La sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).
Debemos darnos cuenta de que la sangre del Cordero es la base tanto de nuestro perdón ante Dios como de nuestra aceptación en El. No debemos tener el atrevimiento de creernos buenos, pero tampoco debemos cometer la necedad de condenarnos mañana y tarde. Es tan insensato envanecerse como encerrarse en uno mismo. Todos los que se consideran buenos, son necios; y también lo son quienes no ven el poder salvador del Señor. Son tan insensatos quienes creen en su propio poder como los que no creen en el poder del Señor. Necesitamos comprender que la sangre del Cordero satisfizo todo lo que Dios exigía y venció todas las acusaciones de Satanás.
Segundo, vencemos por la palabra de nuestro testimonio, la cual declara los hechos espirituales y la victoria del Señor. Debemos decirle a Satanás: “¡No me molestes! ¡La sangre del Señor ya borró mis pecados!” Necesitamos ejercer nuestra fe y declarar que Jesús es el Señor y que El ganó la victoria; necesitamos expresar la palabra de nuestro testimonio y hacer que Satanás oiga esta palabra. No solamente debemos creer con el corazón, sino que también debemos declararlo verbalmente a Satanás. Esta es la palabra de nuestro testimonio.
Tercero, debemos menospreciar la vida de nuestra alma hasta la muerte. “La sangre del Cordero” y “la palabra del testimonio de ellos” son dos condiciones necesarias para vencer a Satanás. Menospreciar la vida del alma hasta la muerte no es más que una actitud frente a la misma. No importa lo que Satanás haga, aun si trata de matarnos, debemos seguir confiando en la sangre del Cordero y declarar Su victoria. Si perseveramos en esta actitud, la acusación de Satanás cesará, y él no nos podrá vencer. Por el contrario, ¡nosotros lo venceremos a él! Algunos hermanos y hermanas se abren tanto a las acusaciones de Satanás que dejan de discernir si el sentir interior es una acusación de Satanás o una amonestación del Espíritu Santo. Ellos deben dejar de confesar sus pecados por un tiempo. El Señor no desea que actuemos insensatamente. En vez de eso, deben orar al Señor y decir: “Si he pecado, confieso que lo he hecho y te pido que me perdones. Pero ahora Satanás me acusa. Oro a Ti pidiéndote que quites todos mis pecados. Desde este momento, todo está cubierto por Tu sangre y no dejaré que nada me perturbe”. Quienes se hallan en tal condición deben hacerlo todo a un lado, temporalmente, para poder identificar claramente entre la acusación de Satanás y la corrección del Espíritu Santo.
3. Cómo ayudar a quienesestán oprimidos por laacusación de Satanás
Nunca debemos agregar más cargas a la conciencia de aquellos que están oprimidos por las acusaciones de Satanás. En primer lugar, debemos ayudarles a hacer solamente lo que ellos puedan. Si les pedimos que vayan más allá de su límite, se sentirán aún más condenados. Debemos ayudarles a obtener fortaleza ante el Señor para seguir adelante, antes de exhortarlos o de instarles a avanzar. En segundo lugar, cuando veamos claramente la obra del Espíritu Santo, debemos elevar la norma un poco, ya que al actuar el Espíritu del Señor y el espíritu de avivamiento, la palabra del Señor tiene el poder de aumentar la capacidad de la persona. Si elevamos la norma sin que actúe el Espíritu del Señor, no estamos ayudando a las persona que se sienten condenadas; por el contrario, le estamos dando la oportunidad a Satanás de acusarlos aun más.
No debemos ser imprudentes señalando las faltas de las personas. Supongamos que un hermano ha caído en cierta área, pero todavía puede orar, leer la Biblia y asistir a las reuniones. Si usted está seguro de que puede ayudarlo, un pequeño impulso será suficiente para que sobrepase el problema. Pero si usted no tiene la certeza ni la capacidad de levantarlo, cuando le saque a colación las faltas, lo único que logrará será desanimarlo de que siga orando, leyendo la Biblia y reuniéndose. No debemos apagar el pábilo humeante, sino volverlo a encender, y no debemos quebrar la caña cascada, sino sostenerla. No debemos ponernos como ejemplo haciendo así que la conciencia de otros se sienta acusada. Debemos aprender a actuar sin ofender la conciencia de los demás.
A aquellos que están bajo la acusación de Satanás debemos mostrarles Hebreos 10:22: “Purificados los corazones de mala conciencia con la aspersión de la sangre”. Al rociar la sangre, nuestra conciencia debe dejar de sentirse culpable. La vida cristiana debe mantenerse libre de toda condenación en la conciencia. Cuando un cristiano percibe que su conciencia lo reprende, se siente débil ante Dios y perderá fuerza en todos los asuntos espirituales. La meta de Satanás es desviarnos de este principio y con ese fin nos acusa incesantemente. Necesitamos aferrarnos a este principio aplicando la sangre. Cuanto más trate Satanás de hacernos sentir culpables, más debemos aplicar la sangre a todos nuestros pecados. Los creyentes lo vencieron, no por su propia fuerza, sino por la sangre del Cordero. Debemos declarar: “Satanás, reconozco que he pecado. Pero el Señor me redimió. No niego que sea un deudor. Sí soy un deudor, pero el Señor pagó mi deuda”. No tratemos de contrarrestar la acusación de Satanás negando que seamos deudores, pues podemos derrotarlo declarando que nuestra deuda ya se pagó.
D. Satanás actúa en las circunstancias
Todas las circunstancias son dispuestas por Dios. Sin embargo, muchas de las cosas que nos rodean, aunque son permitidas por Dios, son parte de la obra directa y activa de Satanás.
Tomemos el caso de Job. Le robaron los bueyes y los asnos, se le cayó la casa y le mataron a todos los hijos. Todas éstas fueron circunstancias que lo rodearon. Aunque fueron permitidas por Dios, Satanás fue instigador directo del ataque.
La falta que cometió Pedro es otro ejemplo. El mismo fue la causa parcial de esta falta, pero parte se debió al ataque de Satanás en las circunstancias. El Señor le había dicho: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lc. 22:31). La falta que cometió Pedro fue el resultado directo de la obra de Satanás; sin embargo, Dios lo permitió.
El aguijón de Pablo era expresamente obra de Satanás. Pablo dijo: “Me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás, para que me abofetee” (2 Co. 12:7). Aquel aguijón provenía de Satanás, quien usa las circunstancias para atacar a los hijos de Dios.
Vemos un ejemplo más claro aún en Mateo 8, cuando el Señor Jesús les dijo a los discípulos que fueran al otro lado del mar, pues sabía que tenía que echar fuera poderosos demonios en el otro lado del mar. Después de entrar en la barca El y Sus discípulos, en el mar se levantó una tempestad tan grande que las olas cubrían la embarcación. El Señor estaba dormido. Los discípulos lo despertaron desesperados diciendo: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (v. 25). Algunos de los discípulos eran pescadores y marineros diestros, pero aquellas olas eran más de lo que ellos podían controlar. El Señor los reprendió por su poca fe, se levantó y reprendió a los vientos y al mar. Pese a que los vientos y el mar no tienen personalidad, el Señor los reprendió porque el diablo estaba actuando detrás de ellos. Satanás agitó el viento y las olas.
En conclusión, Satanás no sólo ataca nuestro cuerpo, nuestra conciencia y nuestra mente, sino que también se vale de las circunstancias para atacarnos.
¿Cómo debemos reaccionar al ataque de Satanás en el ambiente? Primero, debemos humillarnos bajo la mano poderosa de Dios. En Jacobo 4 y en 1 Pedro 5 nos se dice que resistamos al diablo y que también nos humillemos ante Dios. Cuando Satanás nos ataca en las circunstancias, la primera reacción que debemos tener es someternos a Dios. Si no nos sometemos a Dios, no podemos resistir al diablo y nuestra conciencia nos condenará.
Segundo, debemos resistir al diablo. Cuando los hijos de Dios se encuentran con adversidades y situaciones imprevistas y se percatan de que son ataques de Satanás, deben resistirlas. Una vez que resistan los ataques, éstos quedarán atrás. Por una parte, deben humillarse bajo la mano de Dios, y por otra, deben resistir las actividades de Satanás en todo lo que los rodea. Cuando se humillan y se mantienen firmes, Dios les mostrará que la adversidad que les sobrevino es obra de Satanás. De esta manera, ellos podrán diferenciar entre lo que proviene de Dios y lo que proviene de Satanás. Una vez que vean claramente y resistan al diablo, el ataque desaparecerá.
Tercero, debemos rechazar toda forma de temor. Satanás tiene que hallar la forma de establecerse en los hijos de Dios antes de poder actuar en ellos. El no puede trabajar donde no tiene una base. Por consiguiente, su primer ataque tiene como fin obtener un frente de ataque desde donde dirigir sus fuerzas. No debemos cederle nada de terreno. Este es el camino de la victoria. El temor, por ejemplo, puede convertirse en la peor fortaleza de Satanás. Cuando Satanás trata de hacernos pasar por sufrimientos, lo primero que hace es llenarnos de temor.
Una hermana muy experimentada en la vida cristiana me dijo en cierta ocasión: “El temor es la tarjeta de visita de Satanás”. Una vez que uno acepta el temor, Satanás se infiltra; si rechaza el temor, el diablo no podrá entrar.
Todo temor es un ataque de Satanás. Aquello que uno teme, eso mismo le vendrá. Job dijo: “Porque el temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía” (Job 3:25). A Job lo sobrevino precisamente lo que temía. El ataque que Satanás lleva a cabo utilizando lo que lo rodea a uno, viene por lo general en forma de temor. Si uno rechaza el miedo a cierta cosa, ésta no le sucederá. Pero si uno permite que el temor permanezca, le dará a Satanás la oportunidad de poner en el camino lo que uno teme.
Así que los hijos de Dios pueden resistir la obra de Satanás rechazando, en primera instancias, el temor. Cuando Satanás trata de infundirnos temor, no debemos entregarnos a ese temor, sino decir: “¡No aceptaré nada que el Señor no haya preparado para mí!” Una vez que la persona es librada del temor, está fuera del alcance de Satanás. A esto se refiere Pablo cuando dice: “Ni deis lugar al diablo” (Ef. 4:27).
¿Por qué no debemos temer? Porque es mayor el que está en nosotros, que el que está en el mundo (1 Jn. 4:4). Si no sabemos esto, temeremos.
En Apocalipsis 12:11 dice: “Y ellos [los creyentes] le han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y despreciaron la vida de su alma hasta la muerte”. Vencieron a Satanás, quien acusaba a los hermanos. ¿Cómo podemos vencer nosotros?
Primero, vencemos por la sangre del Cordero. Por un lado, cuando pecamos delante del Señor, debemos confesar nuestras transgresiones; por otra, podemos decirle a Satanás: “¡No necesitas acusarme! ¡Hoy me acerco al Señor por Su sangre!” Para vencer a Satanás, debemos proclamar ante él que fuimos perdonados por la sangre del Cordero. Todos nuestros pecados, grandes y pequeños, fueron perdonados por la sangre del Cordero. La Palabra de Dios dice: “La sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).
Debemos darnos cuenta de que la sangre del Cordero es la base tanto de nuestro perdón ante Dios como de nuestra aceptación en El. No debemos tener el atrevimiento de creernos buenos, pero tampoco debemos cometer la necedad de condenarnos mañana y tarde. Es tan insensato envanecerse como encerrarse en uno mismo. Todos los que se consideran buenos, son necios; y también lo son quienes no ven el poder salvador del Señor. Son tan insensatos quienes creen en su propio poder como los que no creen en el poder del Señor. Necesitamos comprender que la sangre del Cordero satisfizo todo lo que Dios exigía y venció todas las acusaciones de Satanás.
Segundo, vencemos por la palabra de nuestro testimonio, la cual declara los hechos espirituales y la victoria del Señor. Debemos decirle a Satanás: “¡No me molestes! ¡La sangre del Señor ya borró mis pecados!” Necesitamos ejercer nuestra fe y declarar que Jesús es el Señor y que El ganó la victoria; necesitamos expresar la palabra de nuestro testimonio y hacer que Satanás oiga esta palabra. No solamente debemos creer con el corazón, sino que también debemos declararlo verbalmente a Satanás. Esta es la palabra de nuestro testimonio.
Tercero, debemos menospreciar la vida de nuestra alma hasta la muerte. “La sangre del Cordero” y “la palabra del testimonio de ellos” son dos condiciones necesarias para vencer a Satanás. Menospreciar la vida del alma hasta la muerte no es más que una actitud frente a la misma. No importa lo que Satanás haga, aun si trata de matarnos, debemos seguir confiando en la sangre del Cordero y declarar Su victoria. Si perseveramos en esta actitud, la acusación de Satanás cesará, y él no nos podrá vencer. Por el contrario, ¡nosotros lo venceremos a él! Algunos hermanos y hermanas se abren tanto a las acusaciones de Satanás que dejan de discernir si el sentir interior es una acusación de Satanás o una amonestación del Espíritu Santo. Ellos deben dejar de confesar sus pecados por un tiempo. El Señor no desea que actuemos insensatamente. En vez de eso, deben orar al Señor y decir: “Si he pecado, confieso que lo he hecho y te pido que me perdones. Pero ahora Satanás me acusa. Oro a Ti pidiéndote que quites todos mis pecados. Desde este momento, todo está cubierto por Tu sangre y no dejaré que nada me perturbe”. Quienes se hallan en tal condición deben hacerlo todo a un lado, temporalmente, para poder identificar claramente entre la acusación de Satanás y la corrección del Espíritu Santo.
3. Cómo ayudar a quienesestán oprimidos por laacusación de Satanás
Nunca debemos agregar más cargas a la conciencia de aquellos que están oprimidos por las acusaciones de Satanás. En primer lugar, debemos ayudarles a hacer solamente lo que ellos puedan. Si les pedimos que vayan más allá de su límite, se sentirán aún más condenados. Debemos ayudarles a obtener fortaleza ante el Señor para seguir adelante, antes de exhortarlos o de instarles a avanzar. En segundo lugar, cuando veamos claramente la obra del Espíritu Santo, debemos elevar la norma un poco, ya que al actuar el Espíritu del Señor y el espíritu de avivamiento, la palabra del Señor tiene el poder de aumentar la capacidad de la persona. Si elevamos la norma sin que actúe el Espíritu del Señor, no estamos ayudando a las persona que se sienten condenadas; por el contrario, le estamos dando la oportunidad a Satanás de acusarlos aun más.
No debemos ser imprudentes señalando las faltas de las personas. Supongamos que un hermano ha caído en cierta área, pero todavía puede orar, leer la Biblia y asistir a las reuniones. Si usted está seguro de que puede ayudarlo, un pequeño impulso será suficiente para que sobrepase el problema. Pero si usted no tiene la certeza ni la capacidad de levantarlo, cuando le saque a colación las faltas, lo único que logrará será desanimarlo de que siga orando, leyendo la Biblia y reuniéndose. No debemos apagar el pábilo humeante, sino volverlo a encender, y no debemos quebrar la caña cascada, sino sostenerla. No debemos ponernos como ejemplo haciendo así que la conciencia de otros se sienta acusada. Debemos aprender a actuar sin ofender la conciencia de los demás.
A aquellos que están bajo la acusación de Satanás debemos mostrarles Hebreos 10:22: “Purificados los corazones de mala conciencia con la aspersión de la sangre”. Al rociar la sangre, nuestra conciencia debe dejar de sentirse culpable. La vida cristiana debe mantenerse libre de toda condenación en la conciencia. Cuando un cristiano percibe que su conciencia lo reprende, se siente débil ante Dios y perderá fuerza en todos los asuntos espirituales. La meta de Satanás es desviarnos de este principio y con ese fin nos acusa incesantemente. Necesitamos aferrarnos a este principio aplicando la sangre. Cuanto más trate Satanás de hacernos sentir culpables, más debemos aplicar la sangre a todos nuestros pecados. Los creyentes lo vencieron, no por su propia fuerza, sino por la sangre del Cordero. Debemos declarar: “Satanás, reconozco que he pecado. Pero el Señor me redimió. No niego que sea un deudor. Sí soy un deudor, pero el Señor pagó mi deuda”. No tratemos de contrarrestar la acusación de Satanás negando que seamos deudores, pues podemos derrotarlo declarando que nuestra deuda ya se pagó.
D. Satanás actúa en las circunstancias
Todas las circunstancias son dispuestas por Dios. Sin embargo, muchas de las cosas que nos rodean, aunque son permitidas por Dios, son parte de la obra directa y activa de Satanás.
Tomemos el caso de Job. Le robaron los bueyes y los asnos, se le cayó la casa y le mataron a todos los hijos. Todas éstas fueron circunstancias que lo rodearon. Aunque fueron permitidas por Dios, Satanás fue instigador directo del ataque.
La falta que cometió Pedro es otro ejemplo. El mismo fue la causa parcial de esta falta, pero parte se debió al ataque de Satanás en las circunstancias. El Señor le había dicho: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lc. 22:31). La falta que cometió Pedro fue el resultado directo de la obra de Satanás; sin embargo, Dios lo permitió.
El aguijón de Pablo era expresamente obra de Satanás. Pablo dijo: “Me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás, para que me abofetee” (2 Co. 12:7). Aquel aguijón provenía de Satanás, quien usa las circunstancias para atacar a los hijos de Dios.
Vemos un ejemplo más claro aún en Mateo 8, cuando el Señor Jesús les dijo a los discípulos que fueran al otro lado del mar, pues sabía que tenía que echar fuera poderosos demonios en el otro lado del mar. Después de entrar en la barca El y Sus discípulos, en el mar se levantó una tempestad tan grande que las olas cubrían la embarcación. El Señor estaba dormido. Los discípulos lo despertaron desesperados diciendo: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (v. 25). Algunos de los discípulos eran pescadores y marineros diestros, pero aquellas olas eran más de lo que ellos podían controlar. El Señor los reprendió por su poca fe, se levantó y reprendió a los vientos y al mar. Pese a que los vientos y el mar no tienen personalidad, el Señor los reprendió porque el diablo estaba actuando detrás de ellos. Satanás agitó el viento y las olas.
En conclusión, Satanás no sólo ataca nuestro cuerpo, nuestra conciencia y nuestra mente, sino que también se vale de las circunstancias para atacarnos.
¿Cómo debemos reaccionar al ataque de Satanás en el ambiente? Primero, debemos humillarnos bajo la mano poderosa de Dios. En Jacobo 4 y en 1 Pedro 5 nos se dice que resistamos al diablo y que también nos humillemos ante Dios. Cuando Satanás nos ataca en las circunstancias, la primera reacción que debemos tener es someternos a Dios. Si no nos sometemos a Dios, no podemos resistir al diablo y nuestra conciencia nos condenará.
Segundo, debemos resistir al diablo. Cuando los hijos de Dios se encuentran con adversidades y situaciones imprevistas y se percatan de que son ataques de Satanás, deben resistirlas. Una vez que resistan los ataques, éstos quedarán atrás. Por una parte, deben humillarse bajo la mano de Dios, y por otra, deben resistir las actividades de Satanás en todo lo que los rodea. Cuando se humillan y se mantienen firmes, Dios les mostrará que la adversidad que les sobrevino es obra de Satanás. De esta manera, ellos podrán diferenciar entre lo que proviene de Dios y lo que proviene de Satanás. Una vez que vean claramente y resistan al diablo, el ataque desaparecerá.
Tercero, debemos rechazar toda forma de temor. Satanás tiene que hallar la forma de establecerse en los hijos de Dios antes de poder actuar en ellos. El no puede trabajar donde no tiene una base. Por consiguiente, su primer ataque tiene como fin obtener un frente de ataque desde donde dirigir sus fuerzas. No debemos cederle nada de terreno. Este es el camino de la victoria. El temor, por ejemplo, puede convertirse en la peor fortaleza de Satanás. Cuando Satanás trata de hacernos pasar por sufrimientos, lo primero que hace es llenarnos de temor.
Una hermana muy experimentada en la vida cristiana me dijo en cierta ocasión: “El temor es la tarjeta de visita de Satanás”. Una vez que uno acepta el temor, Satanás se infiltra; si rechaza el temor, el diablo no podrá entrar.
Todo temor es un ataque de Satanás. Aquello que uno teme, eso mismo le vendrá. Job dijo: “Porque el temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía” (Job 3:25). A Job lo sobrevino precisamente lo que temía. El ataque que Satanás lleva a cabo utilizando lo que lo rodea a uno, viene por lo general en forma de temor. Si uno rechaza el miedo a cierta cosa, ésta no le sucederá. Pero si uno permite que el temor permanezca, le dará a Satanás la oportunidad de poner en el camino lo que uno teme.
Así que los hijos de Dios pueden resistir la obra de Satanás rechazando, en primera instancias, el temor. Cuando Satanás trata de infundirnos temor, no debemos entregarnos a ese temor, sino decir: “¡No aceptaré nada que el Señor no haya preparado para mí!” Una vez que la persona es librada del temor, está fuera del alcance de Satanás. A esto se refiere Pablo cuando dice: “Ni deis lugar al diablo” (Ef. 4:27).
¿Por qué no debemos temer? Porque es mayor el que está en nosotros, que el que está en el mundo (1 Jn. 4:4). Si no sabemos esto, temeremos.
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